lunes, octubre 30, 2006

El deseo de marchar algún día.

El salón de mi casa lleva meses sin encontrarse bien,
se desangra de pintura y muebles que no comprenden su sitio.
Se queja y lo escucho desde la habitación de al lado.
Aquí vivo yo, quizás formando parte de esta silla
como mi cama de ti, o eso me gustaría pensar.
Yo intento disfrutar de la compañía que me dan las palabras,
y algunas me cuentan que estás cerca. Otras se esconden.
Pero este ruido no me deja comprender todo lo que me dicen.
Quizás deberías gritar mucho más, o simplemente llamar.
Entonces busco algo entre tanto escombro que dejaron los años,
toda una vida subiendo y bajando estos ocho pisos,
todos los saludos a vecinos y mensajeros de paso,
y el deseo de marchar algún día.
Luego comprendo que no hace falta marchar muy lejos,
que todo puede encontrarse donde antes soñaba la niñez,
encontrando la casa llena de amigos sudorosos
después de los partidos, sedientos de agua y vasos de tu cocina.
Pero todo sigue su curso.
Llegan los años noventa y crees que la música quedó atrás,
y aquella chica jamás te va a mirar.
Aquellos amigos ya no sienten esa sed
y siguen sudando en habitaciones de hotel.
Alguno te lo cuenta y piensas de nuevo en ella,
como si la hubieras perdido para siempre,
y sabes que pasados diez años te puedes encontrar en esta habitación,
compartiendo pared con la soledad y el ruido que llega desde fuera
o procurando disimular que tu boca no la nombra.

...
Rayco Ángel Santana Pulido (RASP).